Psiquiatría y Nazismo – Prólogo de Juan Carlos Volnovich

Este libro nació de la indignación. Como señala su autor, nació del asombro y la indignación que le produjo la nota que Daniel Link publicó en Radar (Página 12)  el 5 de Mayo de 2002 bajo el título de “Los niños primero” La nota aludía al funeral tardío de 600 niñas y niños asesinados en “Am Spielgelgrund” la tristemente célebre clínica Vienesa.  

Este libro nació de la indignación…y es una creciente indignación la que se apodera del lector a medida que recorre sus páginas. La funcionalidad de la ideología positivista, la implacable colaboración de la psiquiatría tradicional con el nazismo –y las diversas formas que emplearon para exterminar comunidades– queda desnudado y denunciado no solo con un exhaustivo detalle historiográfico sino, también, con profundas reflexiones acerca de las teorías que posibilitaron ese infierno.

Freud decía que no era difícil cometer un crimen. Lo difícil era ocultar sus huellas. Pues bien: de las huellas se trata. Y son huellas que cantaron presente en la interminable repetición del crimen, y en los aportes del  Dokumentationsarchiv des Österreichischen Widerstands (Archivo Documental de la Resistencia Austríaca) fundado en 1963 pero que, recién hace muy poco tiempo atrás (2000-2002), se atrevió a publicar los datos acerca de la eutanasia y la esterilización forzada en Viena. Son las mismas huellas que Daniel Navarro recupera a lo largo de esta historia para deconstruir prejuicios, unir experiencias aparentemente alejadas unas de otras (Viena-Córdoba. Gregorio Bermann- Leopoldo Lugones), editar acontecimientos con el fin de contribuir al procesamiento simbólico, a la captura de uno de los emprendimientos más crueles que se hayan llevado a cabo a lo largo de la historia de la humanidad. Por que el caso es que mucho antes de que Hitler proclamara la necesidad de encontrar una “solución final” (Endlösung) para el “problema judío” (Judenfrage) en el verano-otoño de 1941, los enfermos mentales ya habían sido víctimas de un sistemático ensañamiento. Y esta decisión tuvo dos argumentos fundamentales. A saber: la limpieza étnica, por un lado. Por el otro, la base material; el cálculo sanitario del Estado. En realidad, la condición de “niño anormal” tuvo, si se quiere, un cierto carácter democratizante. A la hora de exterminarlos, no tenían ningún privilegio aquellos que pertenecían a la raza aria o a la religión oficial. Y, “Am Spielgelgrund”, la Stätdtische Nervenklinik für Kinder und Jugendliche (Clínica estatal de enfermedades nerviosas para la infancia y la juventud) no era la única institución dedicada a estos fines. El Tercer Reich contaba con otras treinta instituciones especializadas (hospitales, correccionales o reformatorios) donde fueron asesinados aproximadamente 5 mil niños. El programa llevaba el nombre de “Operación T4” y establecía que los “enfermos” localizados (con el apoyo de la población, instigada a denunciarlos) debían ser deportados a una de esas treinta instituciones. Fueron 5.000 los niños asesinados pero aun hoy en día no se sabe cuantos fueron los niños que participaron de éste operativo. Los niños eran sometidos a pruebas, eran tratados como cobayos para experimentos (¿cuánto tiempo podrá resistir este niño de diez años descalzo sobre la nieve?, ¿cuánto tiempo podrá soportar esa niña de tres años una ducha de agua helada?, ¿cuántos kilos puede adelgazar una niña de doce años antes de caer en coma?), o bien sacrificados con una inyección letal (Luminal). Las huellas: con clara vocación teutona quedaron registradas, prolijamente, en las historias clínicas. Los cerebros de las víctimas se conservan en la Gedankraum (Habitación de la Memoria) una sala especial del pabellón de patología.

Pero las huellas de ese encuentro trágico entre psiquiatría y nazismo no sólo quedaron en los archivos y en los frascos de formol. Las huellas de esa relación entre psiquiatría y regímenes totalitarios hacen evidencia en el más próximo de los manicomios de cualquiera de nuestras ciudades. Aun hoy en día los “pacientes” internados en Hospitales Psiquiátricos del Estado de Derecho sufren no solo la condición de “cobayos” para investigaciones farmacológicas llevadas adelante por las grandes industrias, sino, también, esa condición de “campo de concentración” que sintetiza, alude y caracteriza como ninguna otra, el contexto donde viven.

En el origen está el destino. Mérito grande de Daniel Navarro ha sido el de ubicar los orígenes del encuentro entre la psiquiatría y los regímenes totalitarios. Ubicarlos allí, en los países metropolitanos. Ubicarlo aquí, en la periferia dependiente. Mérito grande ha sido poner bien en claro como la psiquiatría queda tributaria de una ideología “naturalmente”, en “esencia”, racista.  Hoy en día, se sabe que la asistencia estatal y privada, de las Iglesias y de las Fundaciones es sin duda mucho más beneficiosa y más benefactora que el abandono liso y llano de los enfermos mentales y de la infancia “anormal”; pero, poner en correspondencia a ciertas poblaciones indigentes y/o “discapacitadas” con las competencias profesionales y las instituciones específicas que le son destinadas, puede reforzar un carácter estigmatizante que lleve agua para el molino de la discriminación como lo demostró, de manera flagrante, la reglamentación de la vagancia que condujo a su criminalización y el caso de la psiquiatría clásica. La lucha de más de cuatro décadas llevada a cabo por la antipsiquiatría, por la psiquiatría democrática, por la red alternativa, apenas pudieron conmover el sistema de exclusión científicamente legitimado que se llevó a cabo cuando instituciones especializadas, con profesionales especializados, portando una legislación especializada, decidieron hacerse cargo –y clasificar– a los enfermos mentales. Los enfermos mentales pagaron el reconocimiento de su patología con un status de excepción que convalidó su status de exclusión. Y la posterior forma salvaje de desinstitucionalización condujo a que los ex-psiquiatrizados terminaran engrosando las huestes errantes que circulan abandonados y desheredados por la ciudad.

Las huellas, decía, no sólo pueden verse en la psiquiatría. El psicoanálisis, esa “cuestión judía”, esa ciencia conjetural tan innovadora y progresista…el psicoanálisis –pero, sobre todo el psicoanálisis institucionalizado– ha escrito páginas oprobiosas en su relación con los regímenes totalitarios.

En Cuestionamos 2 (Granica, 1973) Marie Langer publicó la denuncia que de Leao Cabernite hizo Helena Besserman Viana.  En aquella época, Leao Cabernite era el  Presidente de la Asociación Psicoanalítica de Río de Janeiro y era, además, el analista didáctico del candidato psicoanalista Amilcar Lobo Moreira, teniente de la policía militar y torturador al servicio de la dictadura brasilera. En su momento, junto a la denuncia en Cuestionamos 2, Marie Langer y Armando Bauleo enviaron copias de la misma a la I.P.A., a la Asociación Psicoanalítica Argentina y a la Sociedad Psicoanalítica de París.

Antes que pasar inadvertida; muy por el contrario de agotarse en el tiempo, la denuncia porteña  del ’73 fue creciendo en importancia, hasta llegar a instalarse en el mero “centro” –en el corazón del psicoanálisis institucionalizado– convocando a la polémica a otras organizaciones: Organismos de Derechos Humanos[i]; Tortura Nunca Mais,  Pro-Etica, El Consejo Federal de Medicina del Brasil, el Consejo Regional de Medicina, etc. Este episodio involucró durante un cuarto de siglo a casi todo el psicoanálisis mundial, desde el Dr. Edward Joseph y demás presidentes de la I.P.A[ii], hasta Walter Brihel, pasando por Bion, por Derrida, por Alain Badiou y, también,  por “nuestro” Horacio Etchegoyen. Incluso no sería arriesgar demasiado afirmar aquí que la sede de los sucesivos Congresos Internacionales de la IPA –desde 1977 en adelante–  fue decidida por este episodio[iii].

Este episodio fue motivo de serias controversias basadas, fundamentalmente, en suponer que la denuncia fue, antes que nada, una exageración ética que pretendía sustituir al método analítico. En otras palabras: al denunciar a un “psicoanalista torturador”  una militancia política no confesada, una ideología –si se quiere, una weltanschauung  disfrazada de “ética del psicoanálisis”– se despliega para intentar confirmar lo inadmisible del axioma: si Amilcar Lobo es analista y Amilcar Lobo es torturador, pues entonces, Amilcar Lobo es un analista torturador. Como si en el acto de la tortura Amilcar Lobo estuviera ejerciendo el psicoanálisis y no su condición de militar fascista. Como si,  desde que la institución “madre” (la I.P.A.) le otorgó la condición de “ser” –y no la de estar– analista, la tortura fuera un acto analítico por el mero hecho de ser practicada por un analista. Después de todo, tal parecería que así como los experimentos de los psiquiatras nazis no le aportaron nada al conocimiento del psiquismo, el análisis tampoco le aportó nada a la técnica y a la teoría de la tortura; tal parecería que Amilcar Lobo nada nuevo le sugirió a la “clínica” de la represión a partir de su “ser” y su saber freudiano. 

Además, Freud  dejó constancias suficientes  de su oposición a subscribir una ética convencional y, más aun, a transformar el psicoanálisis en una cosmovisión normativa. Para eso no hace falta más que revisar sus diferencias con Putnam[iv] junto al exergo freudiano que encabeza el libro: “Políticamente, no soy nada”[v].

No obstante, la neutralidad política de Freud no le impidió enviar una copia de  El porqué de la guerra con la siguiente dedicatoria:

A Benito Mussolini, con el cortés saludo de un anciano que reconoce en el soberano al héroe cultural.

                                                                                   Sigmund Freud

                                                       Viena, 26 de Abril de 1933.[vi]

Y, por otro lado, está el psicoanálisis francés; el psicoanálisis lacaniano. Pues bien: la tortura tiene mucho que ver con el psicoanálisis francés, incluso en cuanto al silencio del psicoanálisis francés frente a la tortura durante la Guerra de Argelia. Pero sería arbitrario ocultar en la generalización “psicoanálisis francés” las marcadas diferencias que separan a los psicoanalistas franceses[vii]. Para el caso: mientras Lacan se entendía con Heidegger (Kostas Axelos servía de intérprete, pero Jean Beaufret, de puente) respetuoso del nazismo confeso de su interlocutor e insensible ante los estragos de las guerras coloniales en que Francia participaba; mientras devolvía a Simone de Beauvoir El Segundo Sexo sin haberlo leído; mientras se preguntaba  frente a los Belgas (los del Congo Belga, claro) en la  “Éthique de la psychanalyse. (si) La psychanalyse est-elle constituant pour une éthique qui serait celle que notre temps nécessite”?[viii] (1960); mientras todo esto pasaba (década del 50 y 60), en el capítulo “Guerra colonial y trastornos mentales”[ix] de Los Condenados de la Tierra, Franz Fanon -más que comprometido, implicado- se interrogaba, a partir de materiales clínicos, acerca del impacto de la guerra en el psiquismo.

Por todo esto celebro la aparición de este libro: estremecedor y valiente.

Celebro que aquí, donde se han perpetuado los peores crímenes; donde la devastación del capitalismo hizo posible y necesaria  la tortura como  atributo del estado  y donde algunos psiquiatras y algunos psicoanalistas y algunas instituciones psicoanalíticas acompañaron a los militares con su silencio, con su simpatía y hasta con su trabajo para que consumaran eficazmente la faena, y donde otros psicoanalistas y otras instituciones  no solo fueron víctimas de ese horror sino que además, denunciaron, hostigaron a los regímenes totalitarios; aquí, Daniel Navarro nos entregue un libro como este al que le damos la bienvenida por lo que es: pieza clave para construir la memoria. 

Juan Carlos Volnovich


[i]En 1981, Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz y defensor de los Derechos Humanos, al interesarse por las acusaciones al psicoanalista torturador  Amilcar Lobo, con el afán de, antes que en la búsqueda de venganza, restablecer la justicia, fue detenido al arribar a Sao Paulo y expulsado del país por “intromisión en los asuntos internos del Brasil”.

[ii] Adam Limentani, Robert Wallerstein, Joseph Sandler.

[iii] En el Congreso Internacional de Psicoanálisis de Jerusalén, 1977,  el Dr Walter Briehl, de Los Angeles, propuso que la IPA se pronunciara públicamente contra la violación de los Derechos Humanos en la Argentina, pero la IPA jamás lo hizo. En general, ante el terrorismo de estado en América Latina, la IPA eligió el silencio y la prudencia. Propuso no realizar congresos en nuestros países para proteger, así,  la supervivencia del psicoanálisis y de los psicoanalistas. A raíz de los problemas con la SPRJ (Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro) en el Congreso Internacional de Psicoanálisis de Helsinki,  Julio de 1981, se decidió no llevar a cabo el Congreso programado para 1983 en Río de Janeiro tal como se había acordado en 1979.  Los fundamentos de esta  poco habitual resolución son expuestos en el Boletín 146 de la IPA, publicado en el International Journal of Psychoanalysis  de 1982 y firmado por el Dr Joseph, por entonces Presidente de la IPA.

El Dr. Joel Zac -el ya fallecido psicoanalista argentino que presidía la Federación de Sociedades Psicoanalíticas Latinoamericanas- recordó, entonces (Julio de 1981), que los psicoanalistas latinoamericanos constituyen más del 30% de los miembros de la Internacional y que la Asamblea debería considerar la realización de un Congreso Internacional en un país latinoamericano. A continuación el Dr  Antonio Santamaría de México, postulo a su país como sede del Congreso de 1987. Pues bien: el Congreso de 1983 se realizó en Madrid. El de 1985, en Hamburgo. El de 1987, en Montreal.  El de 1989 en Roma. Y, así hubo que esperar hasta 1991 para que Buenos Aires sea sede de un Congreso Internacional de Psicoanálisis.

[iv] “Solo cuando el conocimiento del alma sea más profundo, solo entonces llegaremos a establecer  lo que es posible en el dominio de la ética…sin riesgo de hundirnos en el dominio de la educación” le dice Freud a Putnam en carta del 14 de Mayo de 1911.

[v] Respuesta de Freud ante el interrogante de Max Eastman : “¿Qué es usted políticamente?”. Para profundizar en este tema remito al Freud ¿Apolítico ? de Gerard Pommier.

[vi]El Dr. Kurt Eissler, secretario del Sigmund Freud Archiv, después de larga búsqueda encontró en Roma el mencionado ejemplar que permitió corregir la versión distorcionada que dio Ernest Jones en la biografía de Freud. Freud, S. Weiss, E : Problemas de la práctica psicoanalítica. Gedisa. Barcelona. 1979. Pag.40.

[vii]Me refiero al encuentro “Geopsicoanalítico” de 1981 organizado por Rene Major, a la intervención de J. Derrida, a la posición de Alain Badiou, Jean Claude Milner, Philippe Lacoue-labarthe frente al “psicoanálisis derrideano”, etc.  Allouch, Jean : La etificación del psicoanálisis. Calamidad. Edelp. Buenos Aires. Diciembre de 1997. Pag. 31, 32.

[viii] Conferencia pronunciada en la Facultad de Saint-Louis, Bruselas el 10 de Marzo de 1960 y publicada en Quatro. La Lettre mensuelle de lÉcole de la cause freudienne, 6. Bélgica. 1982

[ix] Transcripción de la conferencia pronunciada en el Segundo Congreso de Escritores y Artistas Negros, Roma, 1959.


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